Los blasfemos Bigardos
Con el nombre de “Bigardo” se conoce en el mundo de la Carda del siglo XVII al pícaro que se hace pasar por religioso (ya sea fraile, sacerdote, diácono o simple peregrino). Con la excusa que les dan los sagrados hábitos que deshonran, cometen impunemente mil y una tropelías, siendo las principales las siguientes:
Vender bulas falsas:
Como todo el mundo sabe la Santa Madre Iglesia tiene a bien conceder, a cambio de cierta cantidad de dinero, indulgencias y bulas a particulares o privilegios a determinadas Iglesias o Santuarios. En el primer caso podríamos citar la bula que permite comer carne los viernes, día en que los fieles han de comer solamente pescado, pues fue un viernes cuando murió Nuestro Señor. Como indulgencia, recordemos aquella que absuelve de un pecado capital, previa realización de una penitencia. Y ya que estamos ejemplificando, hagámoslo con todo: Por lo que respecta a las indulgencias, pueden ser, entre muchas otras, que se obtenga el perdón de un pecado venial por ir en peregrinación al Santuario en cuestión, o que rezar en la iglesia que tiene la indulgencia reste la estancia en el Purgatorio de los deudos del piadoso orante. Sea como fuere, ni que decir tiene que son documentos que no se expenden a la ligera, por mucho que los maliciosos digan que no es más que una fórmula de la Iglesia de Roma de sacar dineros. Cierto es que no son papeles precisamente baratos, que al tener que estar autorizados por el Santo Padre, o en su defecto por algún otro alto cargo de la Iglesia, han de pasar por muchas manos, y la burocracia se paga… Además, quien algo quiere, algo le cuesta, y el alto precio que se paga no ha de tomarse como una compra o un impuesto, sino como una limosna con la que se socorrerá a los necesitados, que con sus alabanzas harán que la fórmula escrita en el documento brille con luz propia a los ojos del Señor.
Sea como fuere, hay gran demanda de dichos documentos, y ahí intervienen estos pícaros curas falsos, que los ofrecen bien baratos, pues más baratos les salen a ellos, que son quienes los hacen.
Vender falsas reliquias:
Otra gran blasfemia que cometen los Bigardos es hacer pasar por sagradas reliquias huesos mohosos o trapos podridos. Aunque es ocioso de repetir, diremos aquí, para que los ignorantes lo sepan, que por santas reliquias se entienden objetos (o pedazos de ellos) que estuvieron en contacto con un hombre o mujer de probada santidad, pues es cosa sabida que la pureza del alma se transmite a lo que toca, siendo un poderoso repelente contra las malas artes del Diablo y una fuente de bienaventuranzas para su poseedor. Tanto o más poder tienen, por supuesto, los huesos del santo o santa, que no hay reliquia más preciada que ellos. Bien cierto es, pensará el lector, que la Santa Madre Iglesia ha vendido tantos huesos de santo que se diría que algunos de ellos tenían cincuenta brazos y no se sabe cuantos dedos, pero es asunto que tiene pronta respuesta: la Iglesia, en su infinita bondad, quiere que los poderes benéficos de las reliquias alcancen la mayor cantidad posible de fieles virtuosos, por lo cual, en una ceremonia parecida a la de la sagrada transmutación del pan y el vino en la Misa, que se convierte en carne y sangre de Nuestro Señor, los religiosos colocan la reliquia al lado de un trozo del mismo género (un hueso humano, un trozo de tela o madera, lo que corresponda) y con una piadosa oración logran convertirlos igualmente en reliquias, tan sagradas como la original. Ni que decir tiene que, al igual que con las bulas, se venden muy caras, para hacer con tal beneficio obras de caridad, y a personas de moralidad y respetabilidad intachables. Los bigardos, ya se imaginará el lector que no tienen tantos escrúpulos, y venden a buen precio huesos de cerdo, trozos apolillados de madera o mohosos pedazos de tela como si fueran dedos de santo Tomás, fragmentos de la Vera Cruz o pedazos del hábito de San Antonio.
Pedir santa limosna:
Los Bigardos también gustan de pedir limosna a las puertas de las Iglesias o en las plazas públicas, diciendo que el dinero recaudado es para construir éste o aquel Santuario, o para reparar una Iglesia, o para hacer una imagen sagrada, y que el dinero ha de salir solamente de donaciones de buenos cristianos. Suelen ser escuchados y ganar mucho dinero con tales mentiras (pues, por supuesto, no hay ni Santuario que construir ni Iglesia que reparar, y mucho menos imagen que tallar) ya que suelen tener la picardía de añadir que si hay alguna mujer adúltera, o algún blasfemo, o un cristiano nuevo o judaizante entre los presentes, se abstenga de dar limosna, pues, por mucha piedad con que la de, sería para él fuente de males, ya que el Cielo se negaría a aceptar su ofrenda impura como el buen Dios se negó a aceptar la mísera ofrenda de Caín. Y claro está, como en los pueblos pequeños todos se conocen y se habla más que se calla, nadie se atreve a no dar nada, para que las murmuraciones no caigan sobre él.
Realizar falsos milagros:
Redondean y afianzan su burla los bigardos realizando falsos milagros, con los que mejor engatusar a las buenas gentes. Mil y una son las argucias que se inventan, tantas que haría falta el resto de este escrito para mencionarlas. Citemos algunas a modo de ejemplo:
Curaciones prodigiosas: Uno o varios cómplices del bigardo, disimulados entre los ociosos que acuden a su prédica, simulan estar enfermos: contrahechos, cojos, rabiosos (estos últimos echan espuma por la boca gracias a masticar antes un pedazo de jabón). Evidentemente, ante la imposición de manos o la oración del supuestamente piadoso fraile recuperan la salud, para mayor admiración del resto de los presentes.
Convertir el agua en vino: Es esta picardía ingeniosa que merece explicación: Toma el pícaro un pan recién sacado del horno, y lo sumerge en vino blanco. Una vez empapado lo deja secar al sol, y lo lleva consigo como si de mendrugos de pan dados de limosna se tratara. Al llegar a una localidad busca una casa en las afueras, y pide a la señora de la casa, por caridad, una vasija con una poca de agua, negándose a tomar nada más, que por penitencia y mantener su pureza solamente ha de comer pan y beber agua. Sumerge los mendrugos en la vasija para ablandarlos, y le da conversación a la buena mujer, de manera que esta se quede a contemplar el prodigio. Evidentemente, el vino en que está embebido el pan tiñe el agua, que pronto parece un clarete flojo. Se asombra la simple mujer ante el prodigio, y le dice el falso milagrero, con mucha modestia, que nada diga, que los dones de Dios a veces se le escapan del cuerpo, pero que no es de buen cristiano alardear de lo que el señor nos ha dado. Evidentemente, tales recomendaciones solamente sirven para excitar a las comadres, y pronto corre la voz que un hombre santo ha llegado al pueblo, facilitando en mucho su tarea.
Predecir el futuro:
Con algo de ingenio y de atención se puede ganar sin dificultad la credulidad de las pobres gentes. ¿Acaso una mujer, de mediana edad y aspecto cansado, no se sentirá aludida si se le dice gravemente “Dios te guarde, buena mujer, y te de mejor fortuna que la que has tenido hasta ahora, que bien se que has padecido grandes trabajos” Si la pobre desgraciada se para al punto maravillada porque es cierto lo que el santo varón dice, ya será presa fácil del embaucador. ¿Qué mujer no anda quejosa de su suegra o de una vecina, y estará dispuesta a creer que la mala suerte que en mayor o menor medida a todos nos salpica se debe a los encanterios diabólicos que ésta practica en secreto? ¿Qué mujer de un soldado (detalle éste fácil de averiguar con preguntar con un poco de discreción) no querrá oír noticias de su esposo, que tanto tiempo ha que partió a Flandes o a Italia?
Muy bueno lo de convertir el agua en vino, tomo nota... tomo nota.
ResponderEliminarEspero ver más entregas de este tipo ya que siempre me ha atraido la figura del ladronzuelo/pillo/liante, etc....
Un saludo.
Muy bueno, auténtica lección sobre la picaresca.
ResponderEliminarCiertamente un artículo muy interesante; a propósito de Bigardos: recuerdo que de crío me contaron el caso de uno que se hizo bastante famoso en su momento en Santiago de Compostela (creo que la cosa ocurrió en la década de los 60 ó 70); el individuo en cuestión, un argentino para más señas, se hacía pasar por el Obispo de Avellaneda y tenía tanta mano que llegó a oficiar misa en la Catedral; eso sí, para él la cosa no acabó tan bien como empezó: el dueño de la pensión en la que vivía, harto de que no le pagara (creo que llevaba como dos o tres semanas residiendo allí) y oliéndose el percal, lo agarró del cuello y le dijo que o le pagaba a la voz de ya o lo corría a ostias hasta Argentina. No recuerdo si le pagó o no pero, conociendo al dueño, seguro que el truhán durmió bien caliente.
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