Nuestro humilde y castizo abanico es más antiguo de lo que
la gente cree… Y también más cosmopolita. Los antropólogos creen que nace junto
con el dominio del fuego por parte del hombre neolítico, para aventar las
brasas y reavivar las llamas. En Egipto, los abanicos grandes, largos, con un asta
que no envidiaría una lanza y adornados con plumas, son empuñados a dos manos por
esclavos para refrescar a poderosos y espantar insectos molestos. Una variante
muy parecida del abanico egipcio, el “flabelum”
se integra en la liturgia cristiana durante la Edad Media. En América, Moctezuma
regala a Cortés (entre otros muchos objetos de lujo) seis abanicos de plumas de
quetzal…
El abanico tal y cómo lo conocemos, de varillas y plegable,
llega a Europa traído por los Jesuitas que intentaban cristianizar China y
Japón. Había abanicos humildes, por supuesto, pero eran también obras de arte
incrustados con piedras preciosas, varillas de marfil y recubiertos con fina y
exótica seda china, tafetán o satén.
El llamado “lenguaje de los abanicos” consiste en una serie
de movimientos con los que los amantes pueden comunicarse sin tener siquiera
que acercarse, aunque, eso sí, mirándose a los ojos. Lenguaje galante y de
mujeres, permitía a éstas expresar sentimientos o tomar iniciativas que el
protocolo y la rígida etiqueta les prohibían decir con la voz (ya fuera alta o
susurrada). Se cree que se desarrolló en la corte de Versalles a mediados del
siglo XVIII, aunque el abanico ya estaba implantado en España, Francia e Italia
desde el siglo XVII, y sería complemento obligatorio de una dama durante todo
el siglo XIX. (De hecho, en Inglaterra fue complemento obligado por protocolo
en las damas durante actos oficiales y recepciones hasta 1939). El uso del
siguiente lenguaje llegó a estar tan extendido, que en la corte de Luis XV de
Francia estaba prohibido abrir un abanico delante de la reina, pues María Leszczynska, princesa de Polonia, estaba
harta de tanta intriga amorosa… aunque el abanico no molestaba en absoluto a la
amante oficial del rey, Madame de Pompadour
- Abanicarse rápidamente: “Te amo mucho”
- Abanicarse pausadamente: “Estoy casada y no me interesas como amante”
- Dejarlo caer lánguidamente: “Soy tuya, te pertenezco”.
- Tirarlo con rabia al suelo: “Te odio, hemos terminado.”
- Apoyarlo abierto, sobre el corazón: “Te amo y sufro por ello.”
- Cerrarlo bruscamente: “No”
- Cerrarlo muy despacio: “Si”
- Abrirlo y cerrarlo varias veces: “Eres cruel conmigo”
- Cubrirse el rostro con el abanico abierto: “Cuidado, nos vigilan”
- Apoyar el abanico a medio abrir sobre los labios: “Bésame”
- Levantar el flequillo con el abanico: “No te he olvidado”.
- Mover el abanico alrededor de la frente: “Has cambiado”
- Golpear algo con el abanico abierto: “Estoy impaciente”
- Golpearse con el abanico cerrado la mano izquierda: “¡Ámame!”
- Si la dama lleva el abanico en la mano izquierda: “Estoy libre”
- … pero si lo lleva en la mano derecha: “Estoy comprometida”
- Cerrar el abanico sobre la mano izquierda, despacio: “Me casaré contigo”
- Sujetarlo abierto con las dos manos: “Por nuestro bien, mejor olvídame”
- Cubrirse la oreja izquierda con el abanico abierto: “Déjame en paz”
- Cubrirse la oreja derecha con el abanico abierto: “No reveles nuestro secreto”
- Poner la palma de la mano en el abanico abierto: “Aún no me he decidido”
- Poner el dedo en la parte superior del abanico abierto: “Quiero hablar contigo”
- Bajar la mirada a los dibujos del abanico: “Me gustas mucho”
- Abrir el abanico y salir por la puerta: “Sígueme”
- Cerrar el abanico antes de salir: “No me sigas”
- Tocarse el ojo derecho con el abanico cerrado: “¿Cuando podré verte?”
- Contar las varillas del abanico abriéndolas una a una: “Ven a las…” (El número de varillas indica la hora de la cita).
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