En Roma, la prostitución pierde definitivamente lo que le quedaba de sagrado (lo más parecido a las servidoras sagradas de los templos de Babilonia son, en Roma, las Vestales, que no eran demasiado lúbricas que digamos).
Y es que los romanos son un pueblo práctico, poco amigo de
mezclar churras con merinas: Poco imaginativos y casi nada místicos,
prefirieron imitar y/o adaptar amplios aspectos de la cultura griega a
desarrollar los propios. Estaban muy ocupados conquistando el mundo para
andarse con zarandajas. Eso sí, dotaron a los pueblos sometidos de un excelente
corpus de leyes (que, por cierto, son la base de nuestro sistema jurídico
actual). Supongo que conquistar se puede hacer en plan bestiajo, pero mantener
lo conquistado y administrarlo... Pues eso es cosa de burócratas y legalistas.
Y de esas dos cosas, los romanos lo eran más que nadie.
Y con esa manía de reglamentarlo todo, la prostitución no
iba a ser pasada por alto, que a los romanos les gustaba la cama más que comer
con los dedos.
A los romanos debemos, entre otras cosas el nombre de la que
ejerce el oficio más antiguo: La puta. Originalmente, la palabreja significaba
solamente poda (de árboles), y nombraba también a una diosa menor de la Naturaleza,
consagrada precisamente a esa actividad. Eso que se hace por primavera, vamos. Aprovechando
la circunstancia, las mujeres que querían quedarse embarazadas eran azotadas
con las ramas recién cortadas. Para debilitarlas, ya que si no quedaban
embarazadas sin duda era porque su naturaleza era más fuerte que la del
varón...
Ejem...
Sin comentarios...
Con azotes o sin ellos (y sin entrar en si eran azotes
rituales o palizas) la cosa es que aprovechaban la fiesta de la puta para
montar unas divertidas fiestecillas de fertilidad. bacanales, vamos, en las que
participaban alegremente las muchachas llamadas puttas. Y de ahí nos viene la
palabreja, hoy en día soez pero de un pasado más que respetable.
Tipos de prostitutas, pues había muchos. Al igual que en
Grecia, había esclavas que trabajaban para su amo, y mujeres libres que, por
necesidad o porque les fuera la marcha, elegían ese oficio. Y como en Grecia,
tenían muchos nombres, según su precio y dónde "ejercían".
Las más baratas eran las Cuadratarias, mujeres que se
entregaban a los hombres por un cuadrante, una moneda de escaso valor. Para
entendernos, era más barato tener sexo con ellas que tomarse un vaso de vino en
un puesto callejero.
Las Copae eran las camareras de las Cauponas (más o menos como
nuestros bares, ya hablé de ellos en el artículo sobre gastronomía romana). Al parecer era una regla no escrita que si el
cliente se encaprichaba de la que le servía el vino... Pues sólo era cuestión
de negociar el precio que le iba a costar el revolcón con el encargado del
establecimiento. Toda caupona que se
apreciara tenía unas pequeñas habitaciones reservadas para tal fin.
Luego estaban las Forariae, el equivalente a nuestras putas de carretera. Se ofrecían a
los viajeros en los caminos rurales próximos a Roma.
Las
Ambulatorae eran las putas callejeras, más conocidas como Nonariae, ya que no
podían salir a ejercer su oficio antes de la hora novena (nuestras 15 h., para
entendernos... La hora de la cena de las personas de bien, por cierto )
Mención
aparte merecen las Bustuariae, que eran prostitutas que se ofrecían ¡en
entierros y en cementerios! Una curiosa manera de dar consuelo a los apenados
deudos del difunto...
Las más
caras eran las Delicatae, prostitutas de lujo, bien educadas, las
"scorts" de hoy en día. Los más poderosos eran los únicos que podían
permitirse el pago por sus servicios, y muchas veces las contrataban más o
menos en exclusiva, instalándolas en alguna residencia como mantenidas fijas.
Decían ser Famosae, es decir, de buena familia, y que se dedicaban a esto del
sexo por puro placer. Bueno, alguna había que sí iba de tal palo, pero la
mayoría... En fin, qué les voy a contar...
También había gigolós, por cierto: Spadonii (llamados así por
el tamaño de su "espada" o miembro)
Aunque estaban bastante aceptadas socialmente, las
prostitutas romanas tenían que llevar elementos que las diferenciaran de las
mujeres decentes: Túnicas de color naranja azafrán o marrón rojizo (tonos que
ninguna casta matrona llevaría) y pelucas amarillas (que uno barrunta si no
será ese el origen de la tan extendida creencia que las rubias son más lascivas
que las morenas). Nada de medias de rejilla ni enseñar el sostén de lencería,
entre otras cosas porque la ropa interior aún no se había inventado: Si se
tenía frío, hombres y mujeres se vendaban las piernas, que debajo de la túnica
siempre se ha colado el fresco. ¿Y no había sujetador? Me dirán los curiosos. Hombres,
pues no... y sí. No tenían sostén de copas como hoy lo conocemos, pero se
arreglaban las tetas y disimulaban de paso los michelines con una faja de
tejido fino que llamaban "fascia pectoralis" (y que era conocida por
su nombre coloquial "mamillare", es decir, sujeta mamas). Más
sofisticado era el strophium, un ceñidor de cuero suave con el que realzaban el
busto caído... Que el wonderbra ese
puede que sea invento más o menos reciente, no digo que no, pero los antiguos
no se chupaban el dedo. Y las antiguas, menos.
Por cierto, lencería fina no tenían, pero apuntaban maneras: Las ricas y famosas usaban una redecilla de
oro para sujetarse los pechos en las grandes ocasiones, y como la idea no era
de esconder sino de enseñar, se pintaban los pezones y las aureolas con colores
dorados, plateados o, a veces, hasta rojizos..
Volviendo al tema, si uno quería irse de putas de verdad en
Roma... pues se iba al prostíbulo.
En una
sociedad en la que muy pocos sabían leer, uno sabía que estaba ante un antro de
perversión, burdel o, como los romanos lo llamaban Lupanae (de donde viene nuestro
"lupanar"). Pues eso, que uno reconocía el local en cuestión... por
la representación del dios Príapo que estaba, esculpida o pintada, junto a la
puerta. Un dios con unos atributos sexuales muy desarrollados y siempre en
erección. Que ya dije que los romanos, de imaginativos, poco. Y de discretos...
pues menos.
Una vez
en el local se negociaba con la encargada el precio del servicio. Ésta le
entregaba una ficha de metal llamada "Spintria". En todo se asemejaba
a una moneda, salvo que en lugar de la cara del César tenían esculpidas
posturitas sexuales. Con esa moneda se pagaba a la prostituta, y así no se
mancillaba la imagen del emperador.
Las
posturas sexuales estaban pintadas en las paredes, a veces alguna ante la
puerta de la habitación de la chica mostrando su "especialidad". Por
su parte, las prostitutas disponibles se mostraban ante el cliente, que sólo
tenía que señalar y decir: "Quiero que esa me haga eso". Y la
muchacha, bien enseñada, se lo llevaba a su habitación.
Bueno,
lo de "habitación"... En Pompeya se conserva admirablemente un burdel
casi intacto (frescos lascivos incluidos) y el que esto suscribe encontró las
celdas bastante deprimentes. Esas estancias recibían el nombre de
Fornices" (y de ahí viene "fornicar") y eran cubículos sin
ventilación. El lecho era de mortero, sobre el que se colocaba un colchón de
paja o plumón (sí, ya lo sé, muy cómodo no sería, pero tampoco es que fueran a
irse a dormir...). No había espacio para mucho más: Quizá una palangana para
lavarse y un pequeño candil.
Y no,
en Roma no estaba nada mal visto, esto de irse de putas... Lo que de verdad
estaba mal visto, por mucho que nos asombre, era el adulterio (femenino, se
entiende). Adulterio entre personas libres, claro, que "usar" para
consolarse a un esclavo o esclava, pues como que no contaba... Los maridos
celosos, como mucho, le ponían una argolla de las gordas en la punta del pene a
los esclavos que la mujer se mirara demasiado, más que nada para evitar la
tentación...
Próxima
entrega: Prostitución en la Edad Media
En una ocasión leí que había una categoría, no recuerdo el nombre, que se especializaba en trabajar en panaderías. Lo suyo era amenizar la espera del cliente mientras se molía el grano o se preparaba el pan. Desde luego, muchas lecciones de nosotros no iban a aprender los romanos, en según qué temas.
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