Mientras
el pobre malcomía una o dos veces al día, el poderoso no perdonaba ni desayuno
ni cena, y si podía hacer una quinta comida para distraer el estómago, pues la
hacía, faltaría más, por mucho que clérigos y moralistas criticasen los pecados
de la gula y la glotonería y los médicos dijesen que comer recién despertado no
era nada bueno para la salud.
Fue
la Edad Media el triunfo del caldo y de la sopa, hasta el punto que, en la península,
muchos de los más ilustres linajes de la nobleza lucíeron, con tanto o más
orgullo que si fuera una sierpe o un dragón, uno o más calderos en su escudo
heráldico. Y hablamos de los Lara, los Manrique, los Guzmán…, no de hijosdalgo
de tres al cuarto. La razón era muy sencilla: estaban diciendo con inmodestia
que los de su casa comían. Que no era poca cosa (y aún será más en el Siglo de
Oro, pero esa es otra historia).
En una comida como Dios y los cánones mandaban, primero
había de servirse algo de fruta fresca, como uvas o manzanas, para atemperar el
estómago y prepararlo para la colación. Luego llegaba la reverendísima olla. El
caldo se servía en escudillas hondas, las más de las veces untadas con ajo y
enlosadas con rebanadas de pan El caldo se
bebía a sorbos. La cuchara de madera se usaba para comer luego lo sólido,
ablandado por el líquido hirviente. La carne asada se servía en tajadas, sobre
pan sin levadura, que hacía las veces de plato y de tajadero y que se iba
empapando con los jugos. Estas tajadas de pan duro, llamadas “zoquetes” eran
objeto de disputa entre los criados más bajos de la casa (supongo yo que de ahí
viene la acepción popular del nombre) y los perros de la casa (y si la casa es
tan rica que hasta los criados iban bien servidos, se daban como buena limosna
a los indigentes).
No sólo de carne asada vivían los que podían
permitírselo, que a veces también la guisaban, y con excentricidades venidas de
tierras de paganos musulmanes o de cristianos más refinados: Fue moda que la carne
empezara a servirse con salsas ácidas, sobre una base de vinagre o zumo de
limón a la que se le añadía miel, perejil, pimienta, agua de rosas... Una vez
adobada y cocida la carne, se espesaba su caldo para formar la salsa con
hígados, yema de huevo cocida, almendras tostadas, harina de trigo fina... Todo
bien majado y unido hasta formar un mejunje que se echaba sobre las carnes para
deleite de los que mucho abusaban del pecado de la gula, y para ascos de las
gentes recias, que consideraban que era de ahembrados estropear las carnes con
tales aditivos. Con todo, la carne las más de las veces estaban un poco más que
pasadas, y tales salsas (o las no mucho más sobrias especias) servían para
disimular el sabor ligeramente a podrido que de las viandas.
De resultas de una dieta tan carnívora y con tan pocas
(por no decir ninguna) verdura, los poderosos padecían de manera endémica
cetosis, colesterol, diabetes, gota, artritis y en ocasiones hasta escorbuto.
Se les caían los dientes, padecían hemorrágias, se les hinchaban las piernas
(eso cuando no se les empezaban a pudrir), se quedaban ciegos... Males que
hubieran evitado con una dieta más sana y más equilibrada. Pueden llamarlo
justicia divina por hacer pasar hambre a los menos afortunados, si lo desean.
Etiqueta
y buenos modales durante la comida
En la mesa medieval estaba presente la cuchara … y ningún
cubierto más. El tenedor no se popularizaría hasta unos siglos más tarde, y el
cuchillo era algo personal que cada uno llevaba consigo, al cinto (aunque algunos
anfitriones lo incluyeran en comidas de cierto postín, como deferencia a sus
invitados y señal de riqueza propia). Del mismo modo, podía no haber platos,
sobre todo en la alta Edad Media, que los zoquetes ya hacían de éstos. Y las
copas de madera (o de metal) se compartían entre varios comensales en buena
camaradería, que no estaban los tiempos para hacer ascos de babas ajenas ¡Si en
tiempos oscuros se llegaban a compartir hasta las cucharas! Se comía con los
dedos corazón, índice y pulgar de la mano derecha, y no era en absoluto de
buena educación limpiarse los dedos sobre el jubón, ni sobre el mantel. Para
eso estaban aguamaniles con agua que se ofrecían antes de la comida, y entre
plato y plato, para irse adecentando. Los criados secaban las manos y la cara
de los comensales con toallas, y así se podía seguir el banquete con cierta
pulcritud. Era considerado de finísima educación ofrecer un bocado a otro
comensal... Y también un símbolo de sumisión. Pues eran los de menor rango los
que ofrecían esos bocados, ya fuera de su propio plato o de la fuente
principal, a los que consideraban sus superiores, para agasajarles: Era pues
frecuente que los jóvenes ofreciesen así comida a los mayores, y los hombres a
las mujeres como un gesto galante. Otras normas de buena crianza y cortesía
hacia los otros comensales eran no escupir sobre la mesa, ni sobre el plato, a
la vista de todos. Ni siquiera con disimulo. Si no había más remedio que
enjuagarse la boca mejor hacerlo en el aguamanil que portaba el criado correspondiente
o educadamente en el suelo. No se debía beber con la boca llena, y en caso de
compartir con otro comensal la copa, antes de poner los labios sobre ella
debían limpiarse con el dorso de la manga. Del mismo modo, en caso de
resfriamientos, estaba muy mal visto ir con los mocos colgando de las narices,
mejor sonarse y limpiarse la mano con la manga del vestido (Y es que no, no se
gastaban muchos pañuelos en esos tiempos). Por último, era de pésima educación
hurgarse los dientes en busca de restos en la mesa, ya fuera con las uñas o con
el cuchillo (pésima costumbre que el Cardenal Richelieu odiaba, y de la que ya
hablaremos en su momento).
Receta: Tortilla Agridulce
Dicen que tortillas como ésta eran las que le preparaba el cocinero Johannes Boeckenheim al papa Martino V en el primer tercio del siglo XV. Y bien pudiera ser verdad:
Dicen que tortillas como ésta eran las que le preparaba el cocinero Johannes Boeckenheim al papa Martino V en el primer tercio del siglo XV. Y bien pudiera ser verdad:
Bátanse los huevos de la manera habitual, pero en
lugar de sazonarlos écheles el zumo de un par de naranjas o de un limón (si
desea un sabor realmente ácido). Fría luego la tortilla con un poco de manteca,
que cocinar con aceite, recordémoslo, es cosa de paganos mahometanos y de
judíos asesinos de Cristo...
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