“Los sábados, después de que la
campana de la iglesia dejaba oír el toque de las ánimas, unas
sonando panderos, y otras, añafiles y castañuelas, y todas a
caballo sobre escobas, los habitantes de Trasmoz veían pasar una
banda de viejas, espesas como las grullas, que iban a celebrar sus
endiablados ritos a la sombra de los muros de la ruinosa atalaya que
corona la cumbre del monte” Gustavo Adolfo Bécquer “Desde mi
celda” 1871
Entre diciembre de 1863 y julio de 1864
Gustavo Adolfo Bécquer residió, junto con su hermano Valeriano, en
el monasterio de Veruela, para que el clima seco de la comarca
aliviase la tuberculosis que padecía el poeta. Fruto de esa estancia
es su libro “Cartas desde mi celda”, una colección de nueve
escritos epistolares en los que se revela la faceta de cronista del
autor. Y tres de esos escritos hablan, en mayor o menor medida, del
castillo y del pueblo de Trasmoz.
Y es que la cosa tenía su miga. No
hacía ni quince años, hacia 1850, los vecinos habían despeñado
por un barranco a la “tía Casca”, una bruja que se dedicaba a
lanzar maleficios y aojamientos contra vecinos, cosechas y ganado.
Otras brujas que llegaron después y gozaron de mejor fortuna por ser
más benévolas, como la “tía Galga” que junto a su hija, que
aunque no era bruja la auxiliaba, hacía lectura del destino y
fabricaba unos “potajes milagrosos” que curaban muchos males.
Muchas de estas brujas se instalaban en las cercanías, o en las
mismas ruinas malditas del castillo que se alza a la vera del pueblo.
Lo normal, teniendo en cuenta que la
tradición brujeril y mágica le viene de antiguo, a la fortaleza.
Las leyendas cuentan que lo levantó el mago moro Mutamín en una
sola noche, gracias a un pacto con el Diablo. Desde entonces siempre
ha estado maldito, lugar de reunión de brujas que los sábados se
reúnen desde siempre para urdir maldades y sacrificar niños con los
que alargarse la vida y ganar oscuro poder... Claro que, si son de
los aguafiestas, podemos repasar las crónicas históricas y
descubrir que, en realidad, la fortaleza se alzó en el siglo XII, y
que formaba parte del conjunto de fortalezas que defendía Aragón de
su vecina Navarra. Su momento de gloria llegó en el siglo XV, cuando
fue cabeza del Señorío de Trasmoz. Con la conquista de Navarra por
Fernando el católico en 1512 la fortaleza perdió su razón de ser,
y ya las crónicas del siglo XVI dan fe de su abandono y estado
ruinoso. Pero ya arrastraba fama de lugar maldito: a mediados del
siglo XIII Blasco Pérez, sacristán de Tarazona, se dedicó a
fabricar moneda falsa tras los muros de Trasmoz, y para ahuyentar a
los curiosos se inventó todo tipo de cuentos macabros de brujas y
diablos, que calaron en la imaginación popular y han llegado hasta
nuestros días. El pobre sacristán, por cierto, no acabó muy bien:
según los Anales de la Corona de Aragón en 1267 el rey Jaime I lo
condenó a muerte por tal actividad (aunque, al ser clérigo, es de
suponer que se le conmutó la pena)
No es solo el castillo de Trasmoz el
que arrastra la carga de ser lugar maldito y diabólico: También el
pueblo del mismo nombre, hasta tal punto que hoy en día es el único
pueblo excomulgado del estado español. La cosa tiene su miga: El
abad Andrés de Tudela, del monasterio de Veruela, entra en litigio
con el concejo de la localidad debido a la posesión de la leña del
Monte de la Mata. El monasterio de Veruela es dueño de extensos
territorios, de pueblos enteros en toda la comarca... pero no es
dueño de Trasmoz, que responde solo ante el rey. Y la localidad gana
el litigio. Enfurecido, el abad excomulgó al pueblo y a sus
habitantes en el año 1255. (Tenía mal perder, el zagal).
Pero Trasmoz no está sólo
excomulgado: También es una localidad maldecida por la Iglesia. A
inicios del siglo XVI la situación se sigue manteniendo igual:
Trasmoz NO pertenece al monasterio de Venaruela, mal que les pese a
los señores monjes. Por aquel entonces Trasmoz pertenecía al señor
Pedro Manuel Ximénez de Urrea. El agua que llegaba al pueblo tenía
que atravesar zonas que pertenecían al Monasterio de Veruela, y el
abad Pedro Ximénez de Embún decidió desviar el río. Se llevó el
litigio a las Cortes de Aragón, que fallaron a favor del pueblo y en
contra del abad... que demostró tener tan mal perder como el
anterior, maldiciendo al señor de Trasmoz, a sus vasallos y a los
descendientes de estos. La maldición se llevó a cabo en la iglesia
del monasterio y consistió en tapar con un velo negro la cruz del
altar y leer el salmo 108 (“Danos tu ayuda contra el adversario,
porque es inútil el auxilio de los hombres; Con Dios alcanzaremos la
victoria, y él aplastará a nuestros enemigos”). Con cada palabra
sonaba la campana. Debió ser una ceremonia impactante.
Hoy en día los habitantes de Trasmoz
llevan el tema de la excomunión, la maldición y las brujerías del
castillo con bastante buen humor. Hasta hubo, hasta el año 2010, un
museo de la brujería, del que existe el proyecto de volver a abrir.
Si quiere ir a Trasmoz, coja la N-122,
y antes de llegar a Tarazona coja el desvío en dirección a Vera de
Moncayo. Allí coja la carretera local que conduce a Trasmoz. Sólo
son dos kilómetros, de no muy buena carretera, eso sí. El castillo
se encuentra en la parte alta del pueblo, aunque el coche tendrá que
dejarlo, como mucho, junto al cementerio. ¿La mejor fecha para ir?
Sin duda, el primer sábado de julio, cuando la asociación “El
Embrujo” celebra su Feria anual de Brujería y Magia. Participe en
los diferentes actos que se celebran ese día, compre maravedíes
falsos para pagar en la feria y los espectáculos, curiosee en los
puestos de la feria, asista a las representaciones populares, deguste
las tradicionales “migas diabólicas” y ríase de Dios y del
Diablo.
Que, al fin y al cabo, se trata de
eso...
¡Vaya historia la de esta localidad! Huele a aventura rolera alrgada en el tiempo, en varias épocas. Enhorabuena por ésta entrada :)
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