Aunque ha pasado a la historia con el apodo de “el Labrador” su sucesor Dionís no era ni rústico, ni inculto. De hecho, bajo su reinado su capital, Lisboa, fue uno de los mayores centros europeos de la cultura y el conocimiento. Fundó la Universidad de Coímbra donde se enseñaban artes, derecho civil, derecho canónico y medicina; mandó traducir importantes obras y mantuvo en su corte uno de los mayores centros literarios de la Península ibérica. Pequeños detalles que los historiadores españoles, con cierto chauvinismo, tienden ha ignorar...
La cuestión está en que Dionís supo encontrar una solución para contentar al Santo Padre y a la vez a su sentido de la Justicia: Disolvió la orden del Temple como le ordenaban, (aunque no persiguió a sus freires) pero no repartió sus posesiones entre otras órdenes religiosas. Las dejó en custodia de la Corona portuguesa (y, oh casualidad, de hecho siendo responsables de los mismos los propios ex-templarios) y pasados siete años, en 1319, creó con esos mismos freires una orden nueva: la Orden de Cristo. Que, a veces, hay que cambiar algo, aunque sea el nombre, para que en el fondo todo siga igual. Muchos apuntan a que Portugal fue el último refugio al que llegaron los templarios de toda Europa que lograron escapar a la persecución papal.
Siempre bajo la protección directa de la Corona portuguesa, el Gran Maestre de la orden pasó a ser el propio rey a partir de 1551. En 1780 fue secularizada, y a partir del siglo XIX su actividad se redujo al mantenimiento de sus bienes y se convirtió en una orden honorífica, la mayor distinción del Reino de Portugal. Con la abolición de la monarquía hoy es la Orden Militar de Cristo, destinada a los funcionarios portugueses que hayan destacado en el desempeño de sus funciones.
La visita al castillo es muy interesante. Está preparado para ser una fortaleza inexpugnable, con una doble muralla de planta poligonal irregular. Los muros están levemente inclinados para dificultar el asalto con torres de asedio, y reforzadas con torres cuadradas para no dejar ángulos muertos. En sus tiempos dentro de ambas murallas llegó a establecerse una población bastante grande, casi una pequeña ciudad, que fue desalojada hacia el siglo XVI.
Ahora, lo que nos encontramos dentro es “solo” el convento de Cristo. Construido casi al mismo tiempo que el castillo por el Maestre portugués del Temple Gualdim Pais (piensen que la sobras del castillo se iniciaron en 1160 y las del convento en 1162) de planta octogonal, esa forma geométrica que tanto gustaba a los del Temple. Señales de los templarios hay en todas partes, si se las sabe buscar: En el centro del gran patio se levanta una fuente, (otra vez) de planta octogonal y con forma de cruz templaria. El Cristo que se adora en uno de los frescos de la iglesia no está crucificado, sino vencedor y glorioso, tal y como lo representaban los templarios. Un Cristo solar, custodio de la Energía Secreta del Universo, es decir, del Verbo Divino o Demiurgo. Un “Cristo Luciferino”, es decir, “portador de la luz” (nombre con el que figuraba en los textos templarios y que tanto pie dio a que los condenasen por satanistas y herejes). El Cristo gnóstico parido del contacto entre el cristianismo occidental y las filosofías orientales.
Otros elementos claramente templarios que podemos descubrir son la cruz templaria, repetida hasta la saciedad, y un adorno muy peculiar: Una rosa con una cara barbuda en su interior. Algunos ven en ella al misterioso Baphomet, la figura pagana que según los enemigos de la orden los templarios adoraban.
Con todo, no se me obsesionen buscando rastros ocultos. O si lo hacen, háganlo con un buen libro delante que les indique la fecha de las diferentes ampliaciones y restauraciones: El edificio que hoy podemos contemplar fue muy reformado por uno de sus más importantes Grandes Maestres, nada menos que Enrique el Navegante, hijo, hermano y tío de reyes, que ostentó el cargo desde 1420 hasta su muerte y fue, de hecho, el auténtico impulsor de la exploración y conquista del imperio portugués. Dicen que esta obsesión exploratoria venía del deseo templario de volver a oriente, a sus orígenes, aunque fuera costeando África, Aunque claro, no fue el único que hizo ampliaciones y restauraciones: en el convento hay elementos góticos, renacentistas, manieristas e incluso algunos barrocos.
No nos olvidemos que estamos buscando un tesoro. ¿Dónde buscar? Evidentemente, bajo tierra. La tradición dice que unos pasadizos subterráneos comunican el convento de Cristo con la iglesia de Nuestra Señora del Olivar, no lejos de Tomar, mandada construir igualmente por Gualdim Pais, el constructor, no lo olvidemos, del castillo y el convento. Entre los adoquines del suelo de la iglesia es fácil encontrar dos hileras de una piedra más grande que las demás y mucho más blanca. Se dice que es la entrada del famoso pasadizo. Y que no sólo lleva al castillo-convento, sino también a un tercer lugar, secreto. ¿La cámara del tesoro?
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