¿Y quién es el Zorro? Se trata de un misterioso espadachín enmascarado, vestido de negro, con capa y sombrero de ala recta, según l moda en California. Defiende a los pobres e indefensos de funcionarios corruptos y de otros villanos que actúan con impunidad gracias a su poder. Bajo su máscara se esconde don Diego de la Vega, un aristócrata hispano californiano que, a la manera de Bruce Wayne en el Batman de Bob Kane y Bill Finger, finge una personalidad frívola e indolente. Las aventuras escritas por McCulley transcurrían en Los Ángeles durante la época del gobierno mexicano (entre 1821 y 1846), aunque adaptaciones posteriores lo han situado durante la etapa virreinal española. ¡Incluso una película italiana de 1963 lo sitúa en el siglo XVII, enfrentado nada menos que a los tres mosqueteros! (Se lo juro: el film se llama “El zorro y los tres mosqueteros”. Véanla, si lo desean, bajo su propia responsabilidad)
McCulley según su propia confesión, creó el personaje basándose principalmente en un personaje histórico: El bandido Joaquín Murrieta Orozco, apodado “El Patrio”, “El Bandido de la Montaña”, “El Jinete sin cabeza”, “El Coyote”... y “El Zorro”.
Sobre su lugar de nacimiento hay dos teorías:
La más aceptada dice que nació en el estado de Sonora (México), donde el apellido Murrieta es común, y donde junto a su hermano se dedicaba a la cría de caballos.
Otra afirma que era de origen chileno, nacido en Quillota, a unos pocos kilómetros al norte de la ciudad de Valparaíso. Esta tésis afirma que fue soldado en la escolta de Manuel Bulnes Prieto, presidente de la República de Chile entre 1841 y 1851, teniendo que huir del país por haber dado muerte a un alto oficial del ejército chileno (que había matado a un hermano menor de Joaquín).
Sea como fuere en 1850 Joaquín Murrieta, su mujer Rosita Félix y su hermano menor Carlos se encuentran en California, en plena “fiebre del oro”. Muchos mexicanos y chilenos (junto con gentes un poco de todas partes) se han trasladado allí en busca de la quimera del oro que dicen que empiedra los ríos y se puede sacar sin esfuerzo. Evidentemente, es una exageración... pero algunos compatriotas tienen suerte. Eso no gusta en absoluto a los blancos de origen anglosajón o europeo, que consideran que el oro californiano les corresponde a “ellos” y no a desarrapados “greasers” (grasientos, nombre despectivo con el que se referían a los hispanos). La cosa fue que el gobernador de California general Persifor Smith acusó al colectivo latino de “alterar el orden” y firmó un edicto de expulsión: A partir de la notificación se les daba tres horas para irse... sin llevarse absolutamente nada más que lo puesto. Ni sus pertenencias, ni sus herramientas de buscadores de oro. Ante las protestas (y los disturbios que ocasionó la puesta en práctica de la ley) ésta se suavizó: Podían quedarse... pero como “eran extranjeros” se les impuso un impuesto especial de 20 dólares mensuales (el llamado “Foreign Miners Tax” algo que no se exigía a irlandeses, polacos, alemanes y otros europeos, por cierto). Además, las autoridades “miraban para otro lado” en los delitos causados por la población anglosajona y europea contra la población latina.
Lo más irónico es que, hasta 1848, esas tierras formaban parte de México. Los 75.000 hispanos nacidos allí se convirtieron, de un día para otro, en extranjeros en su propia patria.
En este clima de racismo y hostigamiento, Carlos Murrieta fue ahorcado sin juicio acusado del robo de un caballo. Y a Rosita Félix la violaron y la asesinaron. Hubieran matado a Joaquín, pero no estaba en casa ese día. Lamentarían (y mucho) no haberlo encontrado. Joaquín Murrieta no se molestó en denunciar el caso a las autoridades: Al fin y al cabo, era ilegal que un hispano denunciase “a un blanco” por cualquier delito, real o ficticio. En lugar de ello, decidió tomarse la justicia por su mano. Al igual que muchos otros se hizo bandido. Pronto figuró como integrante de una curiosa banda llamada “los cinco Joaquines”, ¡pues todos sus miembros se llamaban Joaquín! (Joaquín Murrieta, Joaquín Botellier, Joaquín Carrillo, Joaquín Ocomoreña y Joaquín Valenzuela). Luego se convirtió en líder de su propia banda, junto a otro bandido que se convirtió en su lugarteniente y mano derecha: Manuel García, más conocido por su alias de “Jack Tres Dedos”. Entre los años 1850 y 1853 se atribuyen a Joaquín Murrieta y sus asociados robos por un total de 100.000 dólares y más de cien caballos, así como la muerte de 22 personas (tres de ellos, agentes de la ley). Sin embargo, nunca atacaron ni robaron a un mexicano ni a otro hispano. De hecho, esa comunidad les protegía y ocultaba cuando había necesidad.
Para detener a Murrieta el nuevo gobernador de California John Bigler creó el 11 de mayo de 1853 un grupo especial de alguaciles, que fue bautizado como “Rangers de California”, al mando de un ex Ranger de Texas llamado Harry Love. En realidad eran un grupo de caza recompensas sin escrúpulos a los que el gobernador prometió inmunidad total y una recompensa de 5.000 dólares (una suma más que considerable para la época) si le traían la cabeza de Murrieta. El recién creado grupo tuvo un éxito asombroso: algo más de un mes más tarde (el 25 de julio) se enfrentaron a un grupo de bandidos mexicanos matando a dos... ¡que “casualmente” resultaron ser Murrieta y su lugarteniente, “Jack Tres Dedos”! Como prueba de la muerte de los bandidos Harry Love y sus hombres le cortaron la cabeza a Murrieta y la mano a “Tres Dedos”, colocándolos en un jarrón de Whisky para que no se pudrieran. Estos macabros trofeos fueron exhibidos en Stockton, San Francisco, y otras ciudades de California , donde la gente podía verlos previo pago de 1 dólar. Terminaron en el Golden Nugget Saloon de San Francisco, hasta que el local (y sus trofeos) fueron destruidos por el terremoto de 1906.
Aunque Harry Love y sus hombres cobraron la recompensa, hubo gente que denunció que ésa cabeza no pertenecía a Murrieta, pues el bandido tenía una cicatriz muy característica en la mejilla. Del mismo modo, aunque las autoridades lo negaron siempre, hubo quien afirmó haber visto a Murrieta participar en otros asaltos y robos, atribuidos a otros bandidos. Una tradición afirma que el bandido aprovechó la confesión de su supuesta muerte para volver a México junto a su cuñado Jesús Félix, dedicándose a la captura y venta de potros salvajes, que luego vendían entre Sonora y Veracruz. Incluso llegó al San Francisco Herald en 1875 una carta, escrita al parecer por el mismo Murrieta, en la que afirma en tono de chanza que “aún conservo mi cabeza”. Según esta hipótesis, Murrieta murió plácidamente en algún momento entre los años 1880 y 1890. Se dice que su tumba se encuentra en el pueblo de Cucurpe, en Sonora.
Y yo creyendo que era todo una quimera... En fin, aunque siempre preferiré al Coyote, ¡muchas gracias por tan interesante publicación!
ResponderEliminarPuedes añadir otra gloria italiana llamada "El Zorro contra Maciste". Merece la pena verla solo por las risas.
ResponderEliminarMuy interesante. Desconocía esa historia.
ResponderEliminarCon tu permiso lo comparto.