Pues sí. En concreto ocho (nueve incluidos los gitanos). Algunas más conocidas, otras bastante menos.
El nombre de “agote” es la castellanización del euskera “agot”, en plural “agotak”. Al otro lado de los Pirineos, en Francia, se les llama “cagots”, pero han recibido otros nombres a lo largo de los siglos, a cada cual más infamante: gafos, crestias, leprosos, mesilleros, chistones o chistrones, lazdres, mesegueros, gezitas, patarinos, carpinteros, cristianos de San Lázaro, colliberts, gahets, oiseliers... y seguro que me dejo alguno. Esta comunidad, discriminada durante al menos ocho siglos (del XII al XX) estaba situada sobre todo en Navarra, en el valle de Baztán (localidades de Elizondo, Irurita, Elbete, Amaiur y sobre todo en Bozate, hoy un barrio de Arizcun). Fuera de Baztán, considerada “Agoterri”, tierra o patria de los Agote, hubo grupos más pequeños en el valle del Roncal, Guipuzcoa, Huesca, y ya en Francia en Bearn y Aquitania.
¿Cuál era su origen y porqué fueron considerados un grupo marginal? Lo cierto es que actualmente nadie lo sabe con certeza. Teorías, por supuesto, hay muchas:
Pío Baroja y Michel Francisque, entre otros, los consideraban descendientes de godos. (en este sentido el “cagot” francés sería contracción del bearnés “cas-gots”, “perros godos”, y el “agot” euskera sería got (godo) quitando la inoportuna “a”. Se trataría de desertores del ejército visigodo, refugiados en los valles vasconavarros y despreciados por sus congéneres por su cobardía frente al invasor musulmán. Otros autores como Bascle de la Grece rechazan esta hipótesis: los godos eran una raza noble que tenía la misma religión y lengua que las gentes que supuestamente los discriminaban, aparte de un enemigo común: los musulmanes.
Otros traducen “cagots” como “cazadores de godos”, señalando que su origen es musulmán, y por lo tanto africano: Serían supervivientes de la batalla de Tours del año 732, que vencidos por Carlos Martel se les habría perdonado la vida a cambio de convertirse al cristianismo. Teoría dudosa si se tiene en cuenta que en Navarra la convivencia entre cristianos y musulmanes nunca supuso ningún problema. Los seguidores de Mahoma se bautizaron y se integraron perfectamente.
Hace unos años la Universidad de Burdeos formuló una teoría interesante: Según ésta los agotes serían descendientes de criminales franceses perseguidos por la justicia que habían cruzado la frontera disfrazados como leprosos, refugiándose en el Bajo Pirineo. Estos delincuentes no tenían por qué ser asesinos o ladrones: En la sociedad del siglo XII podían ser perfectamente familias que se hubieran alzado contra su señor feudal, ya sea huyendo de unas tierras a las que estaban adscritos como siervos de la gleba o por negarse a pagar unos impuestos demasiado onerosos... a veces simplemente por no tener con qué. Lo malo es que a su condición de extranjeros se uniría su condición de supuestos apestados, lo que provocaría desde los inicios su marginalidad.
Mª Carmen Aguirre Delclaux, al igual que J. Altadill, ahondan en el argumento de la enfermedad. Que eran portadores de la peste y, sobre todo, de la lepra, era una de las principales acusaciones que se hacían contra ellos. Según estos autores estas gentes fueron inicialmente consideradas leprosas y como tales encerradas en lazaretos. Al pasar el tiempo y no desarrollar la enfermedad se les permitiría hacer una vida más o menos normal, pero confinados en sitios muy concretos. Se les cambiaría la prisión por otra más grande, y el estigma se mantendría en sus hijos y posterior descendencia. Esta falta de desarrollo de la enfermedad se debería a que, en realidad... no era tal. Pues en la Edad Media se distinguía entre la llamada “lepra roja” (la enfermedad de Hansen, producida por el bacilo Mycobacterium leprae) y la “lepra blanca”, que podía ser lo que hoy conocemos como una erupción o alergia cutáneas, o más comúnmente, psoriasis. Y aún se entendía un tercer tipo de lepra, la llamada “lepra moral” que tenían personas tan malvadas y viciosas que les corrompía el alma en lugar del cuerpo... y que era transmitida de padres a hijos. Tal sería el caso, por ejemplo, de los conversos moros y judíos que seguían practicando a escondidas sus “falsos ritos”.
Una teoría menos truculenta apunta a que los agotes fueran originalmente canteros y carpinteros que trabajaban a lo largo del Camino de Santiago. La crisis de los siglos XVI-XVII los habría dejado sin trabajo, pasando de ser obreros cualificados a jornaleros dispuestos a trabajar un poco de lo que fuera con tal de sobrevivir. Esta explicación cojea en el apartado temporal: Ya se habla de Agotes en el siglo XII, es decir, cuatrocientos años antes del “nacimiento” de este grupo como etnia marginada.
Algunos apuntan a que los agotes eran en realidad descendientes de refugiados cátaros, escondidos en los Pirineos para huir del poder de los reyes de Francia y el Papado. Como en el caso anterior, hay un baile de fechas, ya que se tiene constancia de la presencia de agotes cien años antes de la herejía cátara.
Siguiendo con las explicaciones heréticas, Toti Martínez de Lece apunta a que pudiera ser un colectivo que mantenía tradiciones precristianas. Vamos, que no estaban convertidos del todo. Y, sin embargo, no constituyeron jamás (que se tenga constancia fehaciente) un grupo diferenciado de sus vecinos, ni religiosa ni étnicamente. Hablaban la misma lengua y profesaban la misma fe. No eran ni agricultores ni ganaderos, pero sí hábiles artesanos, de la piedra, el hierro y sobre todo la madera., debido en buena parte a la creencia popular de que la madera no transmite las enfermedades, y por lo tanto incluso esos “apestados” podían trabajarla sin peligro de contagiar a nadie. Llegó a ser tan común que los agotes fueran carpinteros que los que no eran agotes se negaban a aprender el oficio, por miedo a que los confundieran con ellos (y los trataran como tales, claro).
Y es que el trato que se le daba a los agotes no era precisamente tema baladí:
- Un/una agote no podía contraer matrimonio con alguien no agote
- Los agotes estaban obligados a vivir en barrios o poblaciones separadas de las gentes “normales”
- No podían cultivar la tierra ni poseer ganado.
- Tenían que llevar en sus ropas (normalmente en la espalda) un símbolo que los identificara como agotes (normalmente, una huella de pata de oca o pato de color rojo)
- Para avisar de su paso y permitir que los no agotes se apartaran de su paso (para no contagiarse de sus supuestas enfermedades) tenían que ir haciendo sonar una campanilla (o unas cliquetas), al igual que los apestados.
- En la iglesia no se podían mezclar con los otros fieles: tenían su propia puerta de entrada (“agoten athea”), más baja y estrecha; debían sentarse en una zona aparte del templo, delimitada por una raya en el suelo (o en algunos sitios, como Arizcun, por una verja); tenían prohibido acercarse a la parte delantera del templo, donde estaba el altar; sus ofrendas eran recogidas y puestas aparte de las de los otros fieles; la eucaristía les era entregada desde lejos, con un palo o bastón, o se dejaban las hostias en un banco para que allí las tomasen; tenían su propia pila bautismal y se les enterraba en un lugar concreto del cementerio, junto a los suicidas, los excomulgados y los hechiceros. Los entierros debían hacerse por la tarde, medio a hurtadillas, y no se podía tañer las campanas en ellos.
- No podían beber en fuentes públicas
- No podían participar en bailes o fiestas
- No podían pisar el suelo descalzos, bajo pena de abrasarles las plantas de los pies con una barra de hierro al rojo vivo. Eso se debía a la creencia de que si lo hacían la tierra que pisaban se volvía estéril y nunca jamás volvían a crecer sembrados en ella.
- No podían sentarse en la misma mesa que un no agote
- No podían ser sacerdotes.
- En un juicio, el testimonio de siete hombres libres equivalía al de treinta agotes.
Era creencia popular que los agotes eran malos cristianos; herejes que practicaban en secreto ritos paganos; que eran de otra raza, por supuesto inferior. Se les tenía por portadores de todo tipo de enfermedades (en especial la lepra); que carecían de lóbulos en las orejas; que tenían una oreja más grande que otra y que ésa estaba rodeada de pelo por todos los lados. Se decía de ellos que eran hechiceros, cretinos, homosexuales, que se acostaban con animales, que olían mal, que les apestaba el aliento, que si ponían un pie descalzo en la tierra no volvía a crecer nada en ella,
Se aseguraba que su sangre era más caliente que la de un ser humano “normal”, por lo que si sostenían una manzana en la mano ésta se pudría en cuestión de segundos. Esa temperatura sanguínea los hacía viciosos y lujuriosos, coléricos, orgullosos, susceptibles, arrogantes, astutos, y por supuesto mentirosos. Todo ello absolutamente falso, por supuesto. “Agote” era un insulto especialmente grave, tanto que hay una sentencia de la Corte fechada ¡en 1820! condenando a un hombre a pagar 25 libras (una cantidad importante en la época) por llamar “agote” a otro en una discusión. Sin que el otro lo fuera, claro. Si lo hubiera sido, no hubiera sido insulto sino afirmación. No en vano se conserva un texto de 1597 que dice textualmente: “¡ Cállate agote ! Tu opinión cuenta menos que la de un perro. ¡No eres nadie!”
De poco sirvió la Bula pontificia fechada el 13 de mayo de 1515, en la que se recomienda al Chantre de la catedral de Pamplona que trate a los agotes como al resto de los fieles. Se hizo caso omiso de ella, como también se ignoraron los decretos dictados en 1534 y 1548 por las Cortes de Navarra a favor de los agotes. Ni los buenos oficios de muy noble y poderosa familia de los Ursúa (que siempre defendieron a los agotes). No se promulgó una ley efectiva para terminar con su discriminación hasta 1819, (con la derogación de las leyes discriminatorias medievales en Navarra) declarándose que los agotes poseían los mismos derechos que sus vecinos. Con todo, coletazos de marginalidad y desconfianza hacia este colectivo perduraron hacia bien entrado el año 1950. En esas fechas ya se permite el matrimonio de agotes con otras gentes, y al librarse de la endogamia, el colectivo va diluyéndose. Pero hasta fecha muy reciente aún se podía oír el dicho popular en Bozate: "Al agote, garrotazo en el cogote"
Desde que me los encontré en el viejo akelarre de tapa azul, me llamaron poderosamente la atención. Un pueblo de leprosos y brujos procedente de un valle navarro. Suena tan poderosamente oscuro...
ResponderEliminarTenía algo de curiodidad. ¡Muchas gracias por echar algo de luz sobre el tema!