jueves, 2 de mayo de 2019

Minorías malditas de España 2: Los Chuetas

 

Los Chuetas, del catalán mallorquín "xueta" (plural xuetes), eran (y son, que el tema aún colea, aunque ya poco) los descendientes de los judeoconversos mallorquines. Este nombre aparece por primea vez escrito en las actas de los procesos inquisitoriales de 1678.  Sobre su etimología hay dos hipótesis: Una que procede de juetó (mote despectivo aplicado a los judíos (en catalán jueus); y otra  que hace referencia a la costumbre de comer en público tocino, o de quemarlo en su casa para que lo olieran sus vecinos y así demostrar que se era tan cristiano como el que más (pues tanto judíos como musulmanes tienen prohibido el consumo de la carne de cerdo, por ser animal impuro según sus creencias). En catalán tocino se dice “cansalada”, pero en mallorquín se dice xulla, (pronunciado xuia o xua), por lo que de ahí nacería el nombre.

Se les conocía por otros nombres, claro: “xuetons” (que se traduciría por judiazos), “marxandos” (comerciantes menores, tenderos y buhoneros, por ser los oficios que solían desempeñar)  “des Sagell” o “des carrer”  (en referencia a la calle del Sagell, donde tradicionalmente vivían los chuetas de la ciudad de Mallorca). Entre ellos, a su vez, distinguían entre “els d´orella alta” (literalmente los de oreja alta), que eran los ricos y poderosos; y “els d ´orella baixa” (los de oreja baja) los pobres. Pues ya dice el refrán catalán que es el sino del pobre  “baixar les orelles” (es decir, humillarse). Por otro lado los chuetas solían llamarse “noltros” (nosotros) o “es nostros” (los nuestros). Los no chuetas eran, sencillamente, “es altres” (los otros) o  “es de fora del carrer” (los de fuera de la calle)

El origen de los chuetas se remonta al siglo XV, cuando el temor a que se repitan los asaltos a las juderías de 1391 y las predicaciones (se podría hablar más de amenazas nada sutiles y extorsión, pero en fin) de (San) Vicente Ferrer provocaron conversiones masivas entre la comunidad judía, que condujeron a que hacia 1435 prácticamente no hubiera ya judíos en la isla. Al menos en teoría, ya que la mayoría de las conversiones no fueron en absoluto sinceras,  y los conversos siguieron, en buena medida, practicando sus costumbres de origen hebreo, aunque eso sí, a puerta cerrada. Durante cincuenta años las cosas les fueron bastante bien: aunque estas prácticas eran un secreto a voces no fueron molestados hasta 1488, cuando se instala en Mallorca el Tribunal del Santo Oficio. Ya saben, el que crearon los Reyes Católicos  para fomentar en sus reinos la uniformidad religiosa. Según las actas de la misma Inquisición entre ese año (1488) y 1544 se acogen a Edictos de Gracia (es decir, que confiesan voluntariamente su condición de herejes judaizantes, vamos, que se denuncian a sí mismos a cambio de no ser castigados con penas severas) 559 mallorquines. Otros 239 son “reconciliados” (en que abjuraron de sus falsas creencias y fueron readmitidos en el seno de la Iglesia católica) y 537 fueron “relajados” (que no es que les hicieran un masajito, sino que los entregaron al brazo secular para ser ejecutados por muerte en la hoguera). De ellos 82 fueron, efectivamente, quemados. El resto (455) fueron quemados en efigie por haber muerto durante el proceso (bonito eufemismo para decir que los torturaron hasta la muerte) o, (mejor para ellos) lograron evitar ser apresados y huyeron. Por desgracia las actas inquisitoriales no indican el número de unos y de otros. 

Sea como fuere esta persecución tiene sus frutos: Muchos criptojudíos emigran de la isla, y la mayoría de los que se quedan se hacen más católicos que el mismísimo obispo, para evitar nuevas denuncias. Solo un pequeño grupo mantiene con gran secreto algunas prácticas judaizantes en la intimidad de sus familias, practicando una rigurosa endogamia entre ellos. Ese grupo será el origen de los chuetas. Pese a estar más o menos al corriente de sus actividades, este grupo no será molestado por las autoridades eclesiásticas durante más de cien años. Se les considera un colectivo poco peligroso, en comparación con las amenazas, mucho más cercanas, de los moriscos y (en menor medida) de los protestantes.

Este periodo de bonanza termina en 1678. Aunque la Inquisición como tal empieza a estar en horas bajas, la monarquía española necesita dinero más que nunca. Y buena parte de los criptojudíos mallorquines se han enriquecido haciendo negocios con comunidades judías de otras partes del Mediterráneo (sobre todo con la de Livorno, en la Toscana), así que son un bocado jugoso que morder, tanto más cuando parte de la sentencia supondrá la incautación, ya fuera en parte o en su totalidad, de sus bienes. Entre 1678 y 1695 se juzgaron a 339 personas. 283 fueron “reconciliadas”, aunque tuvieron que sufrir un tiempo de cárcel y se les embargó la mayoría de sus bienes, 5 quemados en efigie (ya que lograron escapar), 14 quemados los huesos (pues murieron en la cárcel o fueron juzgados ya diguntos) y 37 ajusticiados. La mayoría aceptaron besar la cruz antes de que se encendiese la hoguera, siendo asfixiados con garrote. Solo tres (Rafel Valls y los hermanos Rafel Benet y Caterina Tarongí) se negaron a ello y fueron quemados vivos, en 1691.  Se calcula que el valor de los bienes embargados a los condenados alcanzó los dos millones de libras mallorquinas, que en moneda equivaldría a 654 toneladas de plata. Sin duda alguna, fue un buen negocio...

Parte de la condena incluía la vergüenza pública de pasear durante las procesiones de Semana Santa. con la “gralleta”, nombre mallorquín del  sambenito, una especie de escapulario con forma de poncho con un agujero central por donde pasaba la cabeza,  (como los hombres-anuncio de los años 30, para entendernos)  Muchas veces la condena obligaba a los descendientes hasta la tercera generación a llevar igualmente el sambenito, por muy devotos católicos que fueran. Además, se pintaba un cuadro con el nombre y apellidos del condenado portando el sambenito y especificando su culpa, cuadros que estaban expuestos públicamente en el claustro del convento de santo Domingo (y ahí siguieron hasta que un grupo de chuetas, en 1820, asaltó por las bravas el claustro y los quemó todos). Además, en 1691 se publicó el libro “La Fee Triunfante en quatro autos celebrados en Mallorca por el Santo Oficio de la Inquisición en qué an salido ochenta i ocho reos, i de treinta, i siete relaiados solo uvo tres pertinaces.” del jesuita Francesc Garau, en el que aparecen reseñados todos y cada uno de los condenados, Así, los chuetas de Mallorca podían ser fácilmente identificables.
Por si tienen curiosidad, los quince apellidos chuetas por excelencia son:  Aguiló, Bonnín, Cortès, Fortesa, Fuster, Martí, Miró, Picó, Pinya, Pomar, Segura, Tarongí, Valentí, Valleriola y Valls. Hay algunos más, que entran y salen de las listas oficiales: Galiana, Moià,  Sureda, Vilaire, Valleriola (y seguro que me dejo alguno). En total, de una población de 859 289 habitantes (dato de Enero del 2015) que tiene la isla de Mallorca de 18.000 a 20.000 llevan alguno de estos apellidos.


Los portadores de estos apellidos tenían vedado el acceso a ciertas escuelas e incluso sufrían dificultades a la hora de estudiar y ejercer la carrera eclesiástica. A nivel de oficios solo eran admitidos en los gremios de  velluteros, merceros, plateros, tenderos y buhoneros, los únicos que no exigían un certificado de limpieza de sangre. Ningún cristiano que se tuviera por tal tendría a su servicio a un (o una)  chueta, ni aún desempeñando los empleos más bajos. Sobre todo en la Semana Santa y en el periodo de Cuaresma eran objetos de insultos, chascarrillos y burlas, algunas de las cuales han llegado hasta nuestros días:  (Alcalde, yo me desdigo/ de que Juan sea chueta,/ pero viene de la cepa/ que crucificó a Cristo). Por supuesto, ninguno tenía acceso a puestos de responsabilidad política o social, por muy preparado que estuviese o muy rica que fuera su familia.
En los años más duros se les llegó a acusar de negarse a casarse con cristianos viejos para así mantener su estirpe judía (cuando la endogamia era el resultado forzoso de su estigmatización social); que hacían bautizar a sus hijos con nombres judíos del Antiguo Testamento; que despreciaban e insultaban a los cristianos viejos (cuando solía ser al revés); que en sus domicilios tenían siempre iconografía del  Antiguo Testamento, nunca del Nuevo; que ejercían profesiones relacionadas con pesos y medidas para mejor engañar a los buenos cristianos;  que los muy egoístas realizaban colectas solo para sus pobres, ignorando a los cristianos más necesitados; que los que se hacían sacerdotes era para burlarse del credo cristiano; que seguían las leyes alimentarias judías (de no comer cerdo y similares); que festejaban en secreto el Sábado y no el Domingo; que rechazaban la absolución católica en el momento de su muerte... e incluso se decía de ellos que practicaban sacrificios humanos. 

Esta hostilidad fomentó un fuerte sentimiento de grupo, cohesionado y solidario entre sus miembros, fueran ricos o pobres. También provocó una fuerte endogamia, en el sentido de que estaba mal visto (tanto por unos como por otros) que un chueta se casara con alguien que no lo fuera. 

Durante el reinado de Carlos III se produjeron tímidos intentos de acabar con la marginación hacia los chuetas. Intentos de darles una igualdad social y jurídica con con respecto al resto de mallorquines, cosa que no se conseguiría (y sobre el papel) hasta la Constitución de Cádiz de 1812.  En 1836 es designado el primer político chueta:  Onofre Cortès que fue concejal del Ayuntamiento de Palma. Durante la II República (1930-1939) se permitió por primera vez a un sacerdote chueta oficiar misa en la Catedral de Mallorca.

Se puede decir que el prejuicio anti-chueta desaparece en 1950, cesando también la endogamia que caracterizaba al grupo. Sin embargo, en una encuesta realizada entre los mallorquines por la Universidad de las Islas Baleares en una fecha tan temprana como el año 2001, un 30% de los encuestados afirmó que no se casaría nunca con un (o una) chueta. Un 5% fue más lejos y afirmó que no tenía ni quería tener amigos chuetas.


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