La mayoría de los historiadores coinciden en que “pasiego” procede de “valle del río Pas”. En el siglo XVII Fray Francisco Sota, en su Chronica de los Príncipes de Asturias y Cantabria, afirmó que el río fue bautizado de tal modo a raíz de una tregua (“Pax”) entre cántabros y romanos. En el siglo XIX el historiador Gregorio Lasaga Larreta sugirió que el nombre venía de “passagio”, un tributo de origen medieval por el tránsito (paso) del ganado. Más recientemente el etnólogo Adriano García Lomas ha sugerido que hace referencia a la voz latina “passus” (“garganta estrecha y difícil de un monte”)
Sea como fuere, es un “pasiego” el natural de la comarca llamada “Pasieguería”, formada por los valles de los ríos Miera, Pisueña y Pas, (que da de hecho el nombre a la comarca y a sus gentes) en Cantabria, así como los cuatro valles más septentrionales de Espinosa de los Monteros, en Burgos (que tampoco es de extrañar siendo tierras vecinas unas con otras). En total, una zona de unos cuatrocientos kilómetros cuadrados, con abundantes quebradas y pendientes abruptas, que las hacen tierras poco aptas para la agricultura. Por ello el medio de vida de los pasiegos fue siempre la ganadería, de cabras y (a partir del siglo XIX) de vacas. (En menor medida, también se dedicaron al comercio y transporte de mercancías, y un poco al contrabando, que una cosa lleva la otra). La ganadería les obligó a adoptar un medio de vida transhumante, viviendo los meses de verano en las zonas de los pastos altos de montaña y los de invierno en los valles. Esto hace que cada núcleo familiar tenga habitualmente al menos dos residencias (y muchos hay que tienen cuatro o cinco). Su forma de vida, al contrastar con la de sus vecinos (predominantemente agrícolas y completamente sedentarios) los convirtió en comunidad aparte. El rechazo dio lugar a la endogamia, y el aislamiento a la formación de costumbres propias.
Se supone que el origen de este aislamiento se produce durante el siglo IX. La repoblación del territorio cántabro se produce alrededor de monasterios e iglesias (lo que permite reunir a la población y cobrarles impuestos con más facilidad). Pero los valles pasiegos, por ser tan agrestes y de difícil acceso, quedan al margen de este proceso. La primera referencia escrita a los habitantes de “Pas” (sic) la encontramos en un documento fechado el año 1011, en el que el conde Sancho de Castilla hace entrega al monasterio burgalés de San Salvador de Oña de un “territorio de montañas bravas y desiertas, al norte de Espinosa, que usan de pasto los pastores”. Este territorio pasa, en 1396, a depender de la villa de Espinosa de los Monteros. En esa época aún no existe una población estable en los montes pasiegos, aunque los pastores los usen desde hace siglos para la trashumancia. De tener una casa más o menos estable, sin duda los pasiegos la tendrían en la misma Espinosa.
Hay que esperar hasta el siglo XVI para que aparezcan en los valles pasiegos las primeras ermitas e iglesias, y entorno a ellas se van creando las poblaciones. Los vecinos de Espinosa tienen fama de ser fieles a los reyes de Castilla desde antes de que lo fueran (se dice que en el siglo IX uno de Espinosa salvó la vida al conde Sancho Díaz de Castilla, que creó un cuerpo de Monteros de la población, de ahí el nombre). Sea como fuere, en la época era normal que oriundos de Espinosa pertenecieran al séquito del rey como guardias de cámara, teniendo fama, además, de absoluta limpieza de sangre. Esta creencia (la de su linaje intachable de cristianos viejos) se hizo extensiva a todos los pasiegos (lo que no deja de ser irónico dadas las acusaciones que más adelante tuvieron que soportar). Las mujeres pasiegas también fueron famosas entre la aristocracia castellana por ser excelentes amas de cría. Se dice que una vez paridas, al emprender su viaje a Castilla para servir como nodrizas, llevaban un perrillo o un gato para darle de mamar, y así no perder la leche. (De hecho, hubo nodrizas pasiegas en la Casa Real española hasta tiempos de Alfonso XIII. Una pasiega amamantó al abuelo del actual rey, que no es poco.)
Hasta el año 1865 no se puede hablar de una marginación real hacia los pasiegos. Pero en el siglo XIX sucede un hecho importante: Los pasiegos se hacen traer vacas frisonas holandesas, que producen más leche que las vacas autóctonas, cambiando sus rebaños de cabras por estos nuevos animales. Así logran cierta prosperidad... y con ella la envidia de sus vecinos. Y claro, de la envidia nacen las maledicencias. Pronto se empieza a decir que los pasiegos son descendientes de moros o judíos, que son malos cristianos que no observan regularmente los preceptos cristianos, ni los rezos, ni mucho menos los ritos. Se llega a decir que todas las mujeres pasiegas son brujas... ¡y que todos los hombres tienen rabo!
Cierto es que no eran los pasiegos de ir mucho a misa... principalmente porque cuando no hay una iglesia cerca en cincuenta kilómetros a la redonda tampoco es muy fácil, eso de acercarse a ella los domingos. También es cierto que, a finales del siglo XVI (1594, concretamente) se realizó una expedición evangelizadora por parte de la Compañía de Jesús de Santander a los montes del Pas (que así llamaban, por extensión, a toda la zona) preocupados por las almas de unas gentes "compañeros de las fieras en la habitación, y aun en las costumbres" (…) "en suma ignorancia de las más importantes y necessarias verdades del Christianismo", (viviendo en) "errores, los quales davan entrada á diversas supersticiones con que el demonio los engañava". La más flagrante, el que como no tenían imágenes ni iglesias veneraban un roble centenario, junto al que los avispados jesuítas levantaron un altar de campaña primero para hacer misa allí y una ermita en cuanto pudieron. La eterna costumbre de la iglesia, de sacralizar los viejos lugares de culto paganos, ya se sabe...
Aparte de ese tufillo a paganismo, los pasiegos tenían costumbres propias muy poco comunes con sus vecinos “cristianos”. Por ejemplo, practicaban, al igual que los maragatos, la “Covada”, en la que el hombre se acuesta junto al recién nacido como si él lo hubiera parido. Ya era costumbre practicada en tiempos de los cántabros, según narró Estrabón en su “Geografía”, así que no debería extrañarnos que dos etnias aisladas como pasiegos y maragatos la conservasen. Tampoco ayudó el que muchos pasiegos fueran de pelo tirando a rubio, ojos azules, tez pálida y más bien corpulentos, al contrario que sus vecinos, morenos y tirando a bajitos... aunque que me expliquen como se logra explicar que los rasgos de un tipo más bien alto, rubio y de ojos azules le señalan como descendiente de judíos... de hecho se llegó a acuñar el dicho de “el pasiego, a más rubio, más judío”.
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