Al amanecer del día 13 de octubre de 1307 las tropas de Felipe IV el hermoso irrumpieron simultáneamente en las principales encomiendas templarias, acusando a la orden de herejía. Hoy en día está muy claro que lo que pretendía el rey francés (en complicidad con el papa Clemente V) era hacerse con el inmenso tesoro que la orden había acumulado en sus apenas doscientos años de existencia. Sin embargo, a la hora de la verdad, riquezas muebles se encontraron más bien pocas. Hay quien dice que la auténtica riqueza de la orden eran sus numerosas posesiones, repartidas por toda la cristiandad, y bien que pudiera ser cierto...
Pero la leyenda dice que un templario, Gérard de Villiers, logró zarpar del puerto de la Rochelle con quince enormes cofres llenos de riquezas... ¡El tesoro perdido de los templarios!
Pero... ¿A dónde llevó Villiers esas riquezas?
Muchos buscadores de tesoros no se van muy lejos y afirman que la flota fue un señuelo, y el tesoro NUNCA SALIO DE FRANCIA.
A una hora de París, la localidad bien merece una visita. Situada en la región de la Alta Normandía, el turista podrá admirar la iglesia de Saint Gervais et Saint Protais. En una pedanía cercana, Boisgeloup de Gisors, residió Picasso durante seis años, y allí dicen que elaboró los primeros bocetos del célebre “Guernika” A tres kilómetros de la localidad, en la villa de Neaufles-Saint-Martin, el curioso encontrará la llamada “torre de la reina blanca”, alrededor de la cual gira una bonita leyenda de pasadizos secretos y templarios... Un pasadizo que lleva a donde finalmente irán tanto el turista como el buscador de tesoros: Al castillo de Gisors.
Incluso si uno no va con un pico y una pala en el maletero del coche, la visita vale la pena: Es una construcción normanda típica, una muralla resguardando un recinto dominado por un montículo central, sobre el que se alza la magnífica torre del homenaje. Esta torre (o más bien, sus subterráneos) se convirtieron en la obsesión de un hombre llamado Roger Lhomoy. Una obsesión que lo perseguiría toda su vida.
Lhomoy era granjero, oriundo de la región, y había vivido toda su vida oyendo historias acerca del fabuloso tesoro que los templarios habían escondido en unos subterráneos secretos del castillo. En 1944 tuvo la que consideró la oportunidad de su vida: Logró el puesto de vigilante del castillo, lo que le permitió explorar el recinto a sus anchas. Encontró un pozo sellado junto al torreón, y convencido que era la “entrada secreta” se pasó los dos años siguientes excavando por las noches, con los instrumentos de jardinería a los que tenía acceso (ya saben, pico, pala, azada... poco más). Con ese material tan rudimentario logró abrir una galería de unos veinte metros de profundidad, hasta que tropezó con un muro. Apartó algunas piedras y se coló dentro de lo que describió como “una cripta de unos trescientos metros cuadrados y más de cuatro de altura. Parecía una antigua capilla, ya que había un altar y estatuas de Cristo y los apóstoles en las paredes. Igualmente contó hasta diecinueve sarcófagos de piedra de unos dos metros de largo, aliniados a lo largo de los muros. Y, lo más interesante, treinta enormes cofres de metal, que no pudro abrir por mucho que lo intentó.
Pocos días después decidió dar parte a las autoridades para rescatar el tesoro. Er marzo de 1946... y el circo empezó. Nadie se atrevía a adentrarse por la precaria madriguera que había excavado Lhomoy. Finalmente el valiente fue el jefe de bomberos local, Émile Beyne. Se coló por la rendija y regresó cubierto de tierra, afirmando que había tenido que retroceder, debido a la falta de aire, a pocos metros del final del túnel. No encontró la capilla descrita por Lhomoy, ni muro, ni nada parecido. Sólo una madriguera de tierra que amenazaba con derrumbarse.
Lhomoy acudió a los periódicos y logró el respaldo de la opinión pública. Solicitó continuar las excavaciones con más medios, ensanchando la galería para poder llegar con garantías al tesoro. El ayuntamiento de Gisors no sólo no le concedió permiso de excavación... sino que rellenó la galería que había excavado con hormigón, después de que un experto determinara que con sus excavaciones Lhomoy había desestabilizado la estructura de la torre, provocando la aparición de fisuras en la misma. Ni que decir tiene que el vigilante fue despedido, e incluso amenazado con ser encerrado en un manicomio si no desistía en su empeño de excavar en busca de su tesoro imaginario.
Eso no le desanimó. En 1952, seis años después, se presentó en el ayuntamiento de Gisors con dos socios inversores: dos hombres de negocios parisinos llamados Lelieu y Guiblet. Y, lo más importante, con una autorización del Ministerio de Cultura Francés para realizar excavaciones. Pero en Consejo Municipal de la localidad tenía que dar el visto bueno a dichas excavaciones, y las condiciones que impuso fueron demasiado onerosas: Exigió una cuantiosa fianza para sufragar posibles desperfectos en el monumento, así como la entrega de las 4/5 partes de los beneficios de la empresa, si los había. Los dos inversores decidieron que con tales condiciones no les salía a cuenta el negocio, y Lhomoy volvió a quedarse solo con sus sueños... que cada vez parecían más locos.
El ultimo acto de esta historia (al menos, por ahora) tiene lugar diez años más tarde, en 1962. El entonces Ministro de Cultura francés, André Malraux, presionó para que se reabrieran las galerías. Tras dos años de trabajos, con el asesoramiento de Roger Lhomoy (y cuando según éste faltaba apenas un metro y medio para llegar a la capilla) las obras fueron interrumpidas en febrero de 1964. Roger de Lhomoy murió diez años más tarde, a la edad de setenta años, y, al parecer, su fantasía murió con él...
¿Pero fue realmente la locura de un hombre obsesionado por el fabuloso tesoro de los templarios? ¿O hubo intereses privados que conspiraron para quedarse el tesoro? Lo cierto es que las leyendas locales que escuchó Lhomoy desde niño acerca del tesoro de los templarios escondido en el castillo de Gisors son bien conocidas. Y hasta pueden tener cierta base, ya que el castillo fue propiedad templaria. Hay registros históricos que afirman que existe una cripta bajo la localidad, así como pasadizos que unían el castillo con la iglesia de Saint Gervais et Saint Protais (parte de los cuales se han excavado, por cierto) y con la torre de la reina blanca de Neaufles-Saint-Martin. Incluso hay un texto en los Archivos Nacionales, datado en el siglo XVII, que describe en Gisors la llamada “capilla de Santa Catalina”, una cripta subterránea que hoy por hoy aún no ha sido descubierta (aunque la opinión general es que debe estar bajo la iglesia principal de la localidad) y que según dicho texto, que a su vez transcribe otros textos medievales, se parece mucho a la cripta que “imaginó” nuestro granjero tachado de delirante, quijotesco, quimérico y soñador...
Ese es el argumento de partida para la aventura de Aquelarre que escribí hace años y que está incluida para mezcla de orgullo y vergüenza (esta muy mal escrita) en Cantigas y Leyendas. Todo por culpa de "Los templarios están aquí", un libro de Gérard de Sede que andaba por mi casa y que me leí cuando era un enano impresionable.
ResponderEliminarSi mal no recuerdo, la localidad francesa de Rennes-le-Château también albergaba un tesoro oculto en su templo, muy parecida a ésta historia, y del que por cierto, el autor que apunta Luis Gil, Gérard de Sède, también escribió, ("El oro de Rennes").
ResponderEliminarEnhorabuena por la entrada, muy interesante. Seguiremos alerta a las siguientes partes ;)