domingo, 29 de septiembre de 2019

Minorías malditas de España 7. Quinquis



En mi infancia, en el Guinardó de los años 60/70, “quinqui” era sinónimo de navajero. De ladrón de los que te asaltaba en una calle solitaria o en el portal de tu casa, amenazándote con un pincho y quitándote el dinero, la cadena y el reloj. Tardé años (muchos, la verdad) en saber que el nombre correspondía a un colectivo marginal con identidad propia. Y que su representante más famoso no era otro que Eleuterio Sánchez. “El Lute”. El enemigo público número 1 de la España tardofranquista.

“Quinqui” viene de “quincallero”, pues esa era su principal ocupación: la venta ambulante de quincalla, u objetos de metal barato. Se les conoce con otros nombres, claro: “Caldereros”, por el mismo motivo; “Andarrios”, les llamaban antiguamente en Castilla, por no tener domicilio fijo; “Quinaores” (del romani quinar, que significa comerciar); y “Mercheros” (por dedicarse al robo mediante la “mercha”, es decir, escondiendo lo robado entre la ropa) que es el nombre con el que se denominan así mismos actualmente.  Muchos los llamaban “gitanos blancos” por practicar el nomadismo y estar casi al margen de la ley como el colectivo gitano... pero no es nombre que guste, ni a unos, ni a otros, que durante mucho ambos grupos se han mirado con suspicacia. Del roce nace el cariño, sin embargo, y la muestra está en los “entrevelaos”, mestizos de merchero y gitano.

Dicen los actuales mercheros que su ascendencia se remonta a no menos de doce generaciones... y algunos dicen que más de veinte. Entendiendo 25 años por generación, eso nos situaría 500 años en el pasado... y por esas fechas (1449, en concreto) está registrada la llegada a Castilla de un grupo de caldereros extranjeros procedentes de Europa.

Otras explicaciones sobre su origen son: 

Que proceden de los vikingos que llegaron a la península en el siglo IX.
Descendientes de grupos de siervos de la gleba escapados de las tierras de su señor feudal.
Descendientes de moriscos que en la época de la expulsión (principios del siglo XVII) “se perdieron” camino de los puertos dediicándose desde entonces a llevar una vida errante.

Sea como fuere, los mercheros no es un fenómeno español: Características similares encontramos en los “Yeniches” alemanes, los “Tinkers” irlandeses y escoceses, los “Manouches” franceses...  Gentes, en suma, que preferían la vida libre y errante a establecerse en un lugar, pagando tributos e impuestos. El precio de su libertad era, a menudo, una extrema pobreza, que muchas veces les impulsaba a pedir limosna... y a robar al descuido. Por ello su llegada era vista con suspicacia... y a la par, con cierta curiosidad. En un mundo rural los viajeros siempre han sido fuente de noticias e información. Verdadera o falsa, tanto daba.

Al quinqui se le ha tachado de vago, mal hablado y ladrón. Sin ley, sin raza, sin padre ni madre. Sus comunidades eran acéfalas, sin ningún jefe ni autoridad entendida como tal. No legalizaban sus uniones sentimentales ni eran especialmente religiosos. Se valoraba la chulería,  el orgullo y la valentía; se despreciaba al débil, al cobarde y al soplón; y se respetaba a los ancianos. Las comunidades mercheras se mantenían unidas por su particular sentido del honor, de no denunciar nunca a otro merchero (ni siquiera si éste le había perjudicado), y anteponer la seguridad de la familia de sangre a la propia supervivencia personal. Como entre los mercheros existía una fuerte endogamia, en la práctica esta sociedad sin gobernante sin leyes funcionaba con una fuerte cohesión interna.

Esa endogamia ha creado una fisonomía particular del merchero: tez clara, pómulos pronunciados, rasgos amplios, ojos y pelo oscuros, y la estatura más bien baja. Hasta mediados del pasado siglo alternaron  la delincuencia con profesiones más o menos nómadas, como buhoneros, arrieros, recaderos. Solían trabajar en la artesanía ambulante de los metales, ejerciendo de caldereros, hojalateros... y quincalleros, de donde deriva su nombre. También eran tradicionalmente chatarreros y feriantes.  No se inscribían en el Registro Civil ni tenían documentación legal, por lo que estaban exentos del Servicio Militar Obligatorio (básicamente porque, oficialmente, ni existían)

En la década de 1950 fueron forzados a sedentarizarse, al igual que los gitanos, formando barrios de chabolas en las periferias de las grandes ciudades, acabando con su modo tradicional de vida.
Actualmente se cifra la población de mercheros en unas 150.000 personas. La comunidades más importantes se encuentran en León, Valladolid, Madrid, Asturias, País Vasco, Galicia y Barcelona. Ya no practican la endogamia, y se les puede encontrar desempeñando cualquier trabajo. Ya no venden artículos de hojalata y cobre, (con la llegada del aluminio y el acero), ni realizan venta ambulante de baratijas, pues no pueden competir con los actuales bazares chinos. Poco o nada queda de los mercheros, y pronto desaparecerán, si es que no lo han hecho ya.

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