domingo, 29 de julio de 2018

La Historia tras la Leyenda 2. Milady de Winter



Prototipo de mujer fatal, belleza malvada e intrigante asesina, el personaje de Milady en la novela “Los Tres Mosqueteros” de Alejandro Dumas no deja a ningún lector indiferente. Incluso los hay que postulan (y me confieso entre ellos) que es el personaje más redondo de la obra. Algunos llegan a sugerir que es la verdadera protagonista. Un personaje demasiado bueno para ser real.
Aunque como decía Evaristo San Miguel “la realidad supera la ficción” (once a uno, añade mi buen amigo Miguel Aceytuno, pero eso es una broma privada entre los dos)
Y es que Alejandro Dumas (padre) tenía mucha imaginación... pero no tanta. Se basó en un personaje histórico. Una agente de Richelieu que conspiró contra Buckingham y llegó, en efecto, a robar los famosos herretes .

Se llamaba Lucy Hay, y fue condesa de Carlisle. Nacida Lucy Percy en 1599 en Londres, era hija de  Henry Percy, IX conde de  Northumberland. En 1605 sir Percy fue acusado (al parecer con bastante motivo) de haber participado en la llamada “Conspiración de la Pólvora” que quiso volar el Parlamento Inglés en 1605. El encarcelamiento de su padre marcaría el destino de la joven Lucy. Aunque era popular en la Corte por su belleza y su aguzado ingenio, ningún noble de alcurnia quería desposarse con la hija de un traidor.  Hasta que conoció al viudo sir James Hay, conde de Carlisle. A éste no le importaban las habladurías (era amigo personal del rey Jacobo I y su lealtad estaba más que probada) y tener una esposa guapa, lista y joven, de la que podía ser su padre (ella tenía 18 años y él 37), era para él motivo de orgullo más que de otra cosa. Se casaron el 6 de noviembre de 1617.

Unida a la carrera de su marido en la Corte, la joven Lucy vio con preocupación el rápido ascenso del “advenedizo” George de Villiers, que de ser un noble menor sin importancia pasaría a convertirse, en una carrera meteórica, en favorito de Jacobo I y del príncipe Carlos. Cuando lo nombraron Duque de Buckingham ya gobernaba, de facto, el reino de Inglaterra... lo que porvocó que Lucy Hay se convirtiera en su acérrima enemiga.  Y ya se sabe, “el enemigo de tu enemigo...” Lucy Hay terminó reclutada como agente al servicio del cardenal Richelieu, es decir, del primer ministro de Francia. No está claro quién dio el primer paso. A mi me gusta pensar que fue el astuto cardenal, cuando Lucy acompañó a su marido a la Corte francesa para mediar en el conflicto de los hugonotes, en 1622. Sin duda, no hubo mejor ocasión que esa.

Sea como fuere, en 1625, y a la muerte del rey Jacobo, estalla un escándalo en la Corte inglesa cuando el Parlamento acusa a Buckingham de corrupción. El ya entonces Carlos I  salva a su amigo de la quema enviándolo a Francia a mediar en el conflicto hugonote, como hiciera su padre tres años atrás con John Hay. Aunque el duque no se ocupó mucho de los hugonotes y sí de asistir a fiestas y eventos de la Corte francesa, en los que tuvo quizá demasiadas atenciones con la reina Ana de Austria... también enemiga de Richelieu, por cierto. Éste vio la ocasión de matar dos pájaros de un tiro (es decir, librarse de dos enemigos políticos simultáneamente) y esparció el malicioso rumor de que la reina y el inglés eran... “bastante más que sólo amigos”. Según se cuenta (aunque no está del todo probado) la historia de los herretes, uno de los ejes de la novela de Dumas, fue cierta: Luis XIII había regalado a su esposa un espectacular collar de diamantes que la reina, a su vez, entregó a Buckingham como prueba de su amor. Enterado de ello, Richelieu encomendó a Lucy Hay la tarea de robarlo, misión que ella realizó con éxito. Con el collar en su poder, el cuco del cardenal convenció al rey para que celebrase un baile y le dijese a la reina que luciese el costoso y magnífico regalo que él mismo le había entregado años atrás. La reina Ana no se chupaba el dedo y gracias a varios sirvientes fieles y sobre todo a su amiga la también espía Marie de Rohan-Montbazon, duquesa de Chevreuse (oscuro y desconocido personaje del que un día tengo que hablar) logró en tiempo récord una réplica aceptable de la joya, con lo que su honor quedó a salvo. Y no, no intervinieron los mosqueteros. Para nada. Como tampoco intervino Lucy Hay en el asesinato de Buckingham (ya le hubiera gustado)

Lucy Hay no terminó sus días decapitada (como Milady de Winter) tras el asesinato de  Buckingham. Tras la muerte de su marido en 1636, viuda ociosa y adinerada, volvió a las intrigas políticas y el espionaje, haciendo un doble juego que, a la larga, le tendría que costar caro. Se inmiscuyó en el conflicto entre el rey Carlos I y los puritanos, haciéndose amante de manera simultánea  de Thomas Wentworth, conde de Strafford, parlamentario de la cámara de los lores, lord Diputado de Irlanda y consejero personal del rey Carlos I.... y de  John Pym, miembro de la cámara de los Comunes y líder del Partido Puritano. Al parecer fue pasando información privilegiada de uno a otro, aunque finalmente pareció que se decantaba por los puritanos, ya que los financió con numerosas sumas de dinero. Eso no impidió que mantuviera buena relación con los realistas, ofreciéndose como al rey Carlos I como “intermediaria” entre su augusta persona y los puritanos. Cromwell acabó más que harto de ella, y la hizo encarcelar acusada de espionaje y conspiración el 21 de marzo de 1649, apenas dos meses después de la ejecución de Carlos Estuardo. Cromwell quería afianzar su dictadura, y estaba una auténtica purga de realistas (o de sospechosos de serlo). Desde la Torre de Londres (no se sabe si ocupando la misma celda que su padre) Lucy siguió conspirando, esta vez a favor del retorno de Carlos II y la caída de Cromwell, manteniendo, gracias a su hermano Algemon, una larga correspondencia a base de cartas cifradas con el pretendiente al trono, exiliado en Francia.

Lucy Hay fue liberada el 25 de septiembre de 1650, tras pagar una cuantiosa fianza (y gracias a la intervención de su hermano). Pero ya nunca fue la mujer intrigante que había sido... No por falta de ganas, sino posiblemente porque ya no gozaba de ninguna credibilidad, ni con puritanos ni con realistas. Con todo, vivió lo suficiente para ver la caída de sus enemigos: La muerte de Cromwell (1658) y la restauración de los Estuardo (abril de 1660). Murió el 5 de noviembre de 1660, dicen que de apoplejía. Y quizá hasta sea verdad. 







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