(Publicado originalmente como epílogo
al libro "Mi única patria la mar", de Miguel Aceytuno)
El tema surgió en una charla ociosa,
una tertulia de café a la que tan aficionados somos mi buen amigo Miguel
Aceytuno y un servidor. ¿Hubiera sido posible, no ya una victoria republicana
(que es hipótesis que roza la ciencia ficción) sino una paz negociada, con
condiciones? Una suerte de "Abrazo de Vergara" que pusiera fin a las
hostilidades y que uniera de nuevo las dos Españas...
Jum.
Bueno, sí.
De aquella manera, sí.
Pero no se me alegren. No es una
historia con final feliz. Piensen que el famoso "abrazo de Vergara"
se entendió para muchos como "la traición de Vergara", y aunque puso
fin a la primera guerra carlista, no solucionó el problema ni de lejos, que,
luego tuvimos otras dos, de guerras carlistas...
Pero a lo que íbamos. Situémonos en el contexto histórico:
Pero a lo que íbamos. Situémonos en el contexto histórico:
Primavera de 1938.Tras la anexión de
Austria en 1938, Hitler se proclama defensor de los intereses de los Sudetes,
(es decir, de la región de Checoslovaquia fronteriza con la Silesia Alemana y
Sajonia, capital la ciudad balneario de Karlovy Vary, por si tienen
curiosidad...). Esta zona había sido poblada por colonos alemanes en el siglo
XIII, con el beneplácito de los reyes de Bohemia. La minoría germana (o no tan
minoría, representaban cosa del 30% de la población total del territorio de
Bohemia) se sentía bastante más alemana que checa, off course. El Partido
Alemán de los Sudetes (de ideología nazi, como no) había reclamado en 1935 la
formación de un Estado Federal en el que se tuviera en cuenta su particularidad
nacional (y la de otras etnias de otras regiones, como las de los eslovacos, ya
puestos). El gobierno central se negó. Con Hitler dando su apoyo a las
reivindicaciones de los Sudetes, la cosa cambiaba, claro. Por otro lado,
Checoslovaquia tenía firmado con Francia
un tratado de ayuda mutua en caso de invasión militar. También contaba,
al menos sobre el papel, con los apoyos de la URSS y de Gran Bretaña. En
septiembre se reúnen en Munich el primer ministro inglés, Neville Chamberlain,
su homólogo en Francia Edouard Daladier y Adol Hitler, con Benito Mussolini
como mediador. La noche del 30 se firman los llamados "acuerdos de
Munich", en los que, sin consultar con Checoslovaquia, se acepta la
desmembración del país. Ya se sabe, si hay peligro de muerte no parece tan
grave la sodomización... En especial si el trasero que va a ser penetrado no es
el propio.

¿Y eso de qué nos sirve a los
españoles? Con aires de guerra en Europa en la primavera de 1938, el gobierno
republicano lanzó la contraofensiva de la batalla del Ebro. Cuatro meses (casi
cinco) de luchas encarnizadas, en una batalla primero de movimientos y luego de
posiciones. Unas férreas defensas organizadas por el general republicano
Vicente Rojo que se derrumbaron debido a la falta de suministros y a los
ataques frontales ordenados por Francisco Franco, al que no le importaban
demasiado, ni las vidas de sus hombres, ni las del enemigo. En el marco de una
Europa más firme contra Hitler los vitales suministros para los republicanos no
se hubieran quedado bloqueados en la frontera francesa y quizá el ejército del
norte del general Franco se hubiera desangrado allí.
¿Triunfo republicano y gloriosa
contraofensiva?
Ni mucho menos.
Con los dos bandos exhaustos, en
noviembre o diciembre de 1938 podría haber sucedido lo que sucedió en marzo de
1939: Los mandos republicanos, hartos de una guerra ya sin sentido, se alzaron
contra el gobierno de la república y se rindieron a Franco. La diferencia está
en que se hubiera podido llegar a unas mejores condiciones. Amnistía para los
combatientes republicanos, por ejemplo. Y para los miembros de la administración
que no estuvieran relacionados con crímenes de guerra. El gobierno de la
república se marcharía a un exilio dorado (como de hecho sucedió) y la
represión posterior de la posguerra no habría sido tan cruenta.
Y sí, ha leído bien, querido lector.
la represión. la hubiera habido, aún con rendición pactada y con condiciones.
Nuestra guerra civil no fue una
guerra de nacionales contra republicanos. Hubo una tercera fuerza: Ellos se
hubieran llamado el Pueblo, y no es mal nombre. Eran aquellos que querían
acabar con los privilegios de las clases opulentas y hacer la revolución
aprovechando el caos de la guerra civil. Organizaciones obreras comunistas,
trotskistas, anarquistas... Milicias dirigidas por Durruti, Lacalle,
DelRosal... Elementos incómodos para los dos bandos, y que, a estas alturas de
la guerra, ambos bandos habían ya atacado (recordemos, en el bando republicano,
los "hechos de mayo" de 1937, y la represión del gobierno republicano
de Negrín contra anarquistas y comunistas no estalinistas.

¿Y luego? Bueno, más o menos lo que
sucedió. Gobierno autoritario y militarizado. Apoyo a las potencias del Eje
(que habrían acabado entrando en guerra con los aliados más pronto que tarde).
País exhausto que no puede colaborar al
esfuerzo bélico de la causa germana. Boicot postguerra de los vencedores,
suavizado por la nueva situación de guerra fría entre capitalistas y
soviéticos.
Quizá lo más significativo de este
nuevo orden de cosas fuera que la famosa Resistencia francesa hubiera perdido
muchos y muy buenos combatientes, ya que no tantos republicanos españoles
hubieran luchado por la Francia Libre con la esperanza de que, luego, Francia
defendiera la libertad de España.
Ya se sabe, el mundo está lleno de
ilusos.
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